La Yoko Ono del Bajío

Ella se llamaba Marta
Rafael Tonatiuh
Milenio

Yo sí meto las manos al fuego por Marta Sahagún, y no porque espere acomodarme un cómodo comodato de ocho cilindros, sino porque ya estoy hasta la coronilla de que se pretenda culpar a la menudita esposa de todas las tropelías que cometió el chocante marido (ya bastante tiene con las irregularidades de Vamos México como para todavía hacerse responsable de lo que hizo su niñote mimado, que no es precisamente uno de los Bribiesca).

Me suena bastante sexista que un grupo de politicuchos “metan las manos al fuego por Fox, pero por no por la señora Marta”, como si tamaño bigotón, de enormes manotas y tremendo vozarrón, necesite la defensa sus congéneres de género, escudándose detrás de la mujercita, cual chiquillo chillón.

¿A quién beneficia tan desproporcionada situación? En primer lugar a la pareja de loquitos que anda por el mundo pregonando lo maravillosos que son, exhibiendo su riqueza y su acta de divorcio firmada por Ratzinger Z.

El ego de la doñita debe estar más inflado que un mentirocho discursocho de su presidentocho, y no dudo que por las noches se disfrace de Cleopatra para latiguear a su consorte, disfrazado de para-rayos, trasmutando en un frívolo asunto romántico, una grave situación que más bien es de carácter jurídico, pues es mil veces preferible andar libremente en boca de todos, que estar encerrado en una merecida celda.

Ahora bien, a la hora de fincar responsabilidades, el que da la cara es el representante legal que firmó papeles y permitió actos de corrupción, no su mujer, ni su mamá, ni los marcianos, ni Dios, conceptos muy lindos todos pero que carecen de base jurídica. Cuando vemos una fotografía fuera de foco no tiene tanta culpa el camarógrafo, como el director de la película, que permitió que eso llegara a la sala cinematográfica; por eso cobró, para hacerse responsable del resultado final.

Ahora sale Fox muy canchero, retando: “Investíguenme”, como quien se pasa un semáforo en rojo detrás de una hilera de coches, pues antes que las parejita más polémica de la revista Caras, están haciendo cola don Carlos Salinas de Gortari, Estrada Cajigal, Romero Dechamps, la Gordillo, Luis Carlos Ugalde, Mario Marín, Peña Nieto, Ulises Ruiz y más de cien pájaros de cuenta que cruzaron el pantano del juicio político y aún conservan impoluto su costoso y bien custodiado plumaje.

Por mucho Prozac que se meta don Fox, jamás podrá superar aquellas dos bellísimas perlas del cinismo que otros loables mexicanos dejaron para la posteridad: “Sí, a la mejor yo soy culpable de lo que usted dice, pero, ¿dónde están las pruebas?” (Carlos Salinas de Gortari), y el sensacional: “bueno, tal vez sí soy culpable de cometer tráfico de influencias, pero ahí está muy ancha la puerta del ministerio público para el que quiera acusarme formalmente” (Diego Fernández de Cevallos). Para encerrar a toda esa gentecita habría que construir una torre bicentenaria bien chonchota.

En la entrevista televisiva que le hizo el periodista Rubén González Luengas, donde a Fox le dio el bajón del antidepresivo y se portó como un patán, dijo algo muy significativo: “Cuando yo inicié mi mandato, sólo había 14 millones de teléfonos celulares, y cuando dejé el cargo había más de 70 millones de teléfonos celulares. Además, en el 85 por ciento de los hogares hay una lavadora, y casi el 99 por ciento tienen televisión”. No sé ustedes, pero yo siento escalofríos de que hayamos estado gobernados durante seis años por un sujeto que no sólo miente, sino que su idea de progreso consista en tener un teléfono celular y una tele, en vez de buena comida y cultura.

Quizá la caótica vida de la pareja presidencial mejoraría notablemente alejándose de los bienes materiales e interesándose en temas espirituales.

Comentarios

Entradas populares